
Debía estar agradecida, es cierto. Pero le costaba admitirlo.
Aquella mañana amaneció sola y abandonada en la playa. Su fuerza de recién nacida no supo liberarla de los bancos de arena. Estaba exhausta, hambrienta y estar seca no le hacia nada bien. Se había entregado a la muerte cuando la empezaron a mojar con agua de mar fría y salada. Se dejo llevar por los del acuario, se dejo curar las heridas y se alimento como nunca antes lo había hecho.
La pileta nunca fue grande, pero a medida que ella crecía la pileta se achicaba más.
Nunca entendió los aplausos de la gente, si saltar o pegarle a una pelota eran ejercicios sumamente simples con lo que puede hacer una orca en el océano.
Todos los días lo mismo: silbato, pelota, silbato, pescado, silbato, salto, silbato, pescado.
No le importaba que el acuario cobrara entrada o que sirviera para lavar dinero como fundación.
Silbato, pelota, silbato, pescado.
Debía estar agradecida: si no fuera por ellos nunca hubiera llegado a ser adulta, enorme y pesada.
¿Debía estar agradecida?
Una tarde en pleno febrero, con las plateas repletas de chicos y grandes que sacaban fotos, debía hacer el número del show.
Era fácil pegarle a la pelota a cinco metros de altura con la cola. El locutor la presentó: silbato, la música deja de sonar, la gente mantenía un silencio mortal, ella se hundió hasta el fondo mismo de la pileta, silbato, comenzo a subir con mas fuerzas que nunca, rápido, rápido, silbato, silbato, se canso, se harto, dijo basta...
Las cámaras fotográficas estallaban justo en el instante en que oblicuamente su tamaño impresionante saltaba directo a las gradas y caía con todo su peso sobre las cabezas asustadas y las malditas cámaras de fotos.
Nadie hubiera descubierto en una ballena muerta, que la expresión de su cara era una sonrisa.
Fin.
Aquella mañana amaneció sola y abandonada en la playa. Su fuerza de recién nacida no supo liberarla de los bancos de arena. Estaba exhausta, hambrienta y estar seca no le hacia nada bien. Se había entregado a la muerte cuando la empezaron a mojar con agua de mar fría y salada. Se dejo llevar por los del acuario, se dejo curar las heridas y se alimento como nunca antes lo había hecho.
La pileta nunca fue grande, pero a medida que ella crecía la pileta se achicaba más.
Nunca entendió los aplausos de la gente, si saltar o pegarle a una pelota eran ejercicios sumamente simples con lo que puede hacer una orca en el océano.
Todos los días lo mismo: silbato, pelota, silbato, pescado, silbato, salto, silbato, pescado.
No le importaba que el acuario cobrara entrada o que sirviera para lavar dinero como fundación.
Silbato, pelota, silbato, pescado.
Debía estar agradecida: si no fuera por ellos nunca hubiera llegado a ser adulta, enorme y pesada.
¿Debía estar agradecida?
Una tarde en pleno febrero, con las plateas repletas de chicos y grandes que sacaban fotos, debía hacer el número del show.
Era fácil pegarle a la pelota a cinco metros de altura con la cola. El locutor la presentó: silbato, la música deja de sonar, la gente mantenía un silencio mortal, ella se hundió hasta el fondo mismo de la pileta, silbato, comenzo a subir con mas fuerzas que nunca, rápido, rápido, silbato, silbato, se canso, se harto, dijo basta...
Las cámaras fotográficas estallaban justo en el instante en que oblicuamente su tamaño impresionante saltaba directo a las gradas y caía con todo su peso sobre las cabezas asustadas y las malditas cámaras de fotos.
Nadie hubiera descubierto en una ballena muerta, que la expresión de su cara era una sonrisa.
Fin.
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